Stephen Hawking era más que una mente brillante, que un genio, que un físico notable, que un hombre que padecía de ELA, que un profesor.
Sin duda, Stephen Hawking era más que eso, era el hombre que venció las adversidades con coraje y tenacidad, que nunca vio su cuerpo como una prisión, como un impedimento, porque la libertad está en la mente, tanto así que para nosotros fue lo de menos su enfermedad, su silla de ruedas pasó a segundo plano, porque nos apasiona escuchar sus teorías infinitas sobre el universo.
Aunque la gran mayoría no comprendiera sus hipótesis, todos sabemos quién es y por qué es tan importante para la historia de la humanidad, y a pesar de que no podía hablar hizo todo lo posible para divulgar su conocimiento.
“Stephen Hawking subrayó la importancia de que los ciudadanos de a pie posean las nociones científicas suficientes para participar en los debates que abren los nuevos avances científicos y tecnológicos, evitando que todo quede en manos de los expertos”.
Puede que no creyera en Dios o no lo viera necesario en la creación de las estrellas, la paradoja nos demostró que él mismo es… era un milagro viviente y que las leyes de la ciencia no podía explicar.
Escribo esto mientras escucho la canción “Secrets” de One Republic: “…Algo que iluminará esos oídos… voy a revelar todos mis secretos…”- Y bien que supo revelarnos algunos de los secretos que esconde el universo, basta con leer ‘Historia del tiempo’ o ‘La teoría del todo’.
Siempre nos mantuvo al tanto de sus avances, de sus descubrimientos, para que no estuvieramos ajenos de lo que pasa en nuestra galaxia: “el científico constató el hecho de que en los últimos 50 años la ciencia ha avanzado de una manera considerable y ha ayudado a que la humanidad se aproxime al descubrimiento de muchos de los secretos que esconde el cosmos”.
Estas líneas las escribo con profunda tristeza porque un gran hombre acaba de dejarnos, porque una mente brillante se apagó como el sol que se convierte en supernova y se consume inevitablemente…