Like a Prayer fue una declaración de libertad, donde Madonna transformó su culpa, su fe y su deseo en un himno que redefinió lo que el pop podía significar.
El renacer de Madonna
A finales de los años 80, Madonna se encontraba en una encrucijada. Su matrimonio con Sean Penn había terminado, sus películas habían fracasado y, a sus 30 años, la sombra de la muerte de su madre volvía a pesar sobre ella. Todo eso la llevó a mirar hacia dentro, a sus raíces, a su educación católica, que la marcó con esa mezcla de culpa y redención que tantos de sus fans reconocen en sí mismos.
En 1989, cuando lanzó Like a Prayer, nadie imaginaba que esa canción se convertiría en un símbolo. Un puente entre lo sagrado y lo prohibido, entre la fe y la carne. Madonna se atrevió a ponerle melodía al conflicto interior que muchos callaban.
Una oración en forma de pop
Madonna escribió Like a Prayer junto a Patrick Leonard, en apenas tres horas. Pero en ese corto tiempo nació una de las obras más profundas y provocadoras del pop moderno. La artista explicó que se trataba de una joven tan enamorada de Dios que lo veía como una figura masculina en su vida.
La canción juega con esa dualidad: ¿se trata de una plegaria o de un deseo carnal? Ese era, justamente, su poder. Versos como “When you call my name, it’s like a little prayer” ponían al oyente frente a un espejo donde religión y deseo se confundían con belleza poética.
Los coros góspel del Andraé Crouch Choir añadieron una intensidad celestial, mientras que Prince colaboró con algunos toques de guitarra en la introducción. Era una mezcla sublime: sensualidad, espiritualidad y música pop en su estado más puro.
Un videoclip que encendió el fuego
El video de Like a Prayer, dirigido por Mary Lambert, fue grabado en Los Ángeles. Allí, Madonna fue testigo de un crimen, buscó refugio en una iglesia y se encontró cara a cara con sus propios demonios y su fe. Entre cruces ardiendo, santos negros y lágrimas sinceras, el clip mostraba a una Madonna vulnerable, pero también poderosa.
El actor Leon Robinson interpretó al santo inspirado en San Martín de Porres, y las escenas entre ambos causaron un terremoto moral. Las imágenes fueron consideradas blasfemas por grupos religiosos, e incluso el Vaticano pidió boicotear a la cantante. Pepsi, que había usado la canción en una campaña publicitaria, canceló todo tras la controversia.
Pero Madonna ganó algo más valioso que un contrato: se ganó el respeto de una generación que entendió que el arte debía provocar y emocionar.
Like a Prayer y el paso del tiempo
Hoy, Like a Prayer sigue siendo un recordatorio de la época en que el pop aún era capaz de desafiar al mundo. Más de tres décadas después, la canción ha vuelto a brillar gracias a su aparición en el tráiler de Deadpool & Wolverine, con nuevas versiones aprobadas por la propia Madonna.
Incluso Ryan Reynolds confesó que la artista aceptó encantada que la canción formara parte del filme: “Ella la vio y dijo: Tienen que hacerlo. Y tenía razón. Hizo que la escena fuera mejor”.
A tantos años de su lanzamiento, Like a Prayer sigue sonando como una confesión y una revolución a la vez. Es imposible escucharla sin sentir que algo profundo se mueve por dentro.
Tal vez esa sea la magia de Like a Prayer: su capacidad para unir lo humano con lo divino, lo carnal con lo eterno. Fue —y sigue siendo— una plegaria vestida de pop, una canción que habló de fe sin sermones y de amor sin miedo.
Y cuando suena, es como si todo el peso del tiempo desapareciera, recordándonos que cada generación necesita su propia forma de rezar.
