Puede parecer que son lo mismo, pero para saber hay que conocer su historia. A pesar de todo, este invento no es tan nuevo.
No, no son lo mismo. Puedes dormir tranquilo hoy. Anda, a cerrar la nota.
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¿Ya la cerraste?
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Bueno, igual lo escribiré pa’ no errarle y, además, sirve que me explayo un rato.
No solo no son lo mismo -aunque para mi sea la misma gata, pero revolcada-, sino que también no son un invento tan nuevo como se puede pensar.
En el mundo actual nos hemos acostumbrado a ver estas representaciones que suponen expresiones humanas, de tal manera que nadie sabe con exactitud de dónde nació el llamado emoticón. En el Reino Unido, la escena rave se puso de moda a mediados de los 90 con la música underground, el éxtasis y la carita feliz como logotipo; múltiples empresas también los han utilizado de emblema desde los años 60, de igual manera ésta se implementa a diferentes personajes, animados o no.
Los primeros vestigios encontrados sobre este fenómeno en internet -según las fuentes de consulta más fiables como lo son la Wikipedia y El Rincón del Vago- señalan que aquello que conocemos como emoticón, fue inventado a través del propio código morse, mucho antes de que existiese siquiera la televisión.
En ese entonces, cerca del año 1857, el número 73 era utilizado para expresar “amor y besos” de manera audible y para la comunicación vía telegrama, esto según un registro de la National Telegraphic Review and Operators Guide.
Los primeros emoticones gráficos que buscaban emular los gestos faciales surgieron en 1881 dentro de la revista Puck, una publicación semanal con caricaturas y viñetas de humor y sátira política, conocida por ser la primera revista en obtener el éxito en los Estados Unidos.
Fue hasta los años sesenta que los emoticones adoptaron la forma primitiva con la que se le sigue conociendo. La carita feliz o “smiley” -un círculo amarillo con una sonrisa- nació de la mano de una campaña para los trabajadores de una empresa de seguros cuyo nombre era State Mutual Life Assurance. Su logotipo lo creo el diseñador gráfico Harvey Ball, quien lo terminó en diez minutos y cobró por ello la módica cantidad de 45 dólares. La intención de la campaña era que los empleados sonrieran en todo momento, principalmente para atender clientes.
Scott Fahlman, un experto en informática, fue quien ideó -o al menos así se cree- las expresiones de emoción mediante caracteres para computadora, creando así un nuevo lenguaje planeado para poder ser tecleado y comprendido fácilmente. Tiempo después, en 1990, el japonés Shigetaka Kurita le dio la forma ilustrativa digital que hoy se conoce como emoji, que nada tiene que ver -según- con los emoticones. El resto es historia y, por qué no decirlo, datos innecesarios que no son trascendentes para tu día a día.
Pero… ¿Qué se ha logrado después de todo este tiempo con los emojis? ¿Cómo han afectado estos en la comunicación humana? Esto es más difícil de explicar de lo que parece, pero aprovecho el poder que me otorgó una lectora bajo su argumento de que soy un experto para divagar, por lo que, a partir de esta parte del artículo divagaré según se me hinchen los aguacates.
Según el desconocido escritor Alberto Perea -graduado con honores en el doctorado de las ciencias del ocio, cuya aula estaba en los jardines de los frontones de la UNAM, hasta que el rector puso una reja- este nuevo lenguaje debería conocerse como “la enfermedad del emoji”.
En sus textos mafufos tacha a esta “enfermedad” de ser “un cáncer social que afecta principalmente a las nuevas generaciones, quienes presentan entre sus síntomas la disminución en sus capacidades de comunicación, socialización, estado anímico y uno que otro resfriado, creando individuos faltos de expresión, emociones y con tendencias al aislamiento y la artritis por no saber hacer otra cosa más que picar un teclado”.
Otro experto que ha opinado al respecto es el sociólogo Jorge Mario Cambrón Perez -egresado de la UAM de Xochimilco y educado con la misma ideología, para muchos conspiranoica, de varios intelectuales que no menciono porque ya olvidé sus nombres- quien sugiere que a menor lenguaje verbal mayor ignorancia y facilidad para el control de masas.
En su cátedra personalizada para la asociación de grifos aspirantes a intelectuales -la cual, por cierto, son todos los martes en la tarde por el precio de un bajón y veinte pesos- acostumbra a citar el emblema “la ignorancia es fuerza”, incluido en la novela de George Orwell, 1984. Esta cita supone el hecho de que una sociedad que no sabe expresarse por medio del lenguaje anula su capacidad de comunicación y su propio conocimiento, esto, en consecuencia, aumenta los niveles de control sobre las comunidades en pro de la nula rebelión y de la sumisión total frente a minorías con posiciones sociales superiores. En otras palabras, para que no la hagamos de tos ante una situación de riesgo, tranza, corrupción, abuso de poder, etc.
Por esa misma razón es que algo tan simple que comenzó para ayudar a la comunicación ahora sólo la entorpece haciendo que ésta involucione de manera tan drástica, que los filósofos griegos que dedicaron su vida a la enseñanza de la retórica se están retorciendo en su tumba.
¿Como curarse de la enfermedad del emoji? Muy fácil: abre un libro de vez en cuando y deja de leer tonterías como esta.