Hay posibilidades de que el Oscar, el hombre dorado que otorgan cada año a lo mejor del cine, esté inspirado en un mexicano.
La entrega de los Premios de la Academia de este año está como el niño bully de la escuela, en boca de todos. Primero, porque hay revuelo sobre diversos candidatos a la estatuilla que no asistirán a la gala por ser inmigrantes, gracias a las leyes de aquel que, aparte de ser ese niño bully, es el presidente naranja de medio pelo del país donde se realiza. Segundo, porque ya en muchos premios de alcance mundial hay tintes políticos al respecto y nadie sabe si también en esta ocasión los habrá…
Mientras tanto, al disponerme a escribir algo al respecto, justamente redactando estas líneas, por mi mente solo pasaba la pregunta: ¿quién era Oscar?
No cabe duda de que ese hombre bañado en oro era alguien importante, pero, contrario a lo que se piensa, el nombre de los premios no es llamado así en honor a una persona en específico. Tanto pudo ser el tío de la bibliotecaria, como pudo ser el nombre de algún amado de Bette Davis, o en el mejor de los casos, el mismísimo Rey Oscar II de Suecia. Especulaciones siempre hay muchas, pero es imposible saber exactamente si el nombre de esa estatuilla estilo Art Déco, que a los artistas les vale un dólar, tenga un origen especial.
Sin embargo, la teoría más aceptada, jamás confirmada, es que el modelo del escultor que hizo al hombre de 34 centímetros (de altura), con las manos en una espada que tapa sus partes nobles y cuya punta (de la espada) a sangre fría posa sobre cinco fotogramas de una cinta de película, las cuales, por cierto, hacían referencia a las únicas cinco categorías que existían cuando comenzaron estas premiaciones en el lejano 1929, era un mexicano.
Según fuentes de confianza, su nombre era Emilio Fernández Romo, y era un director, actor y productor de cine mexicano mejor conocido por el mundo como Emilio “el Indio” Fernández. Originario de Coahuila, este señor fue hijo de un revolucionario y descendiente de indios de Kikapú, que después de ingresar a las filas de la academia militar, fue llevado a la cárcel por participar en un levantamiento contra el gobierno de Álvaro Obregón, de la cual huiría para escapar rumbo a Chicago y que, por obras del azar o del destino, terminó probando suerte en el creciente cine de Hollywood como extra y doble de riesgo.
Antes de la epifanía de dedicar su vida al cine, conoció gracias a la también actriz mexicana Dolores Del Río al director de arte de la MGM (los estudios con intro de un león), Cedric Gibbons. Gibbons era uno de los miembros originales de la Academia, que por entonces trabajaba en la supervisión del diseño de la famosa estatuilla de los premios, y que, por consejo de su esposa, Dolores del Río, tardó en convencer a Emilio de posar para esculpir un diseño a manos de George Stanley, que hasta entonces solo estaba plasmado en un mantel. Es así como nació lo que hoy conocemos como el Oscar.
Y aunque para muchos esta teoría es la más aceptada, tampoco se ha confirmado si esto sea verdad, puesto que no es un hecho documentado; pero que hasta ahora es considerado por muchos como el hombre en quien se inspiraron para hacer la escultura de estaño y cobre bañada en oro que se entrega a lo mejor del cine desde hace casi un siglo.