El humor da para todo y me refiero al humor que con gran dosis de sentido critico lleva a la reflexión, y de eso somos testigos las generaciones que crecimos con las viñetas de Quino.
Si bien es cierto que el mundo de Mafalda giraba en la actualidad de la Argentina de los años sesenta y setenta, no se puede negar que aquella crítica sigue muy vigente en esta ya absurda actualidad. Esa niña perspicaz que odia la sopa nos pone a filosofar sobre nuestra realidad, nos hace reír de lo ridículo que puede llegar a ser nuestra cotidianeidad y así hacer más digerible la parte mísera de nuestra humanidad.
Quino no se limita solo a las ocurrencias de Mafalda, su universo se extiende por su colección de libros de humor que sabe cómo darle algo de alivio a las mentes que aún buscan darle sentido al caos que se haya inmerso en una sociedad que mendiga atención por cualquier estupidez.
El humor gráfico de este maestro nos deja ver que sin importar las trabas que la censura quiere imponer, la risa y la ironía siempre salen a la luz, porque dentro de cada uno de nosotros habita un contestatario dispuesto a cuestionar lo ilógico de nuestro sentido de lo que consideramos correcto y justo.
Nuevamente debemos agradecerle a Argentina por habernos regalado a un artista con la capacidad de asombro de un niño adelantado a su tiempo, un artista que sin querer le regaló un cómic a una América Latina que buscaba desesperadamente una identidad en papel y tinta que reflejara lo que vive día a día.
El ‘humor azul’ del mundo Quino nunca se ha ido y nunca se irá. Sus viñetas seguirán siendo la voz de las generaciones que se niegan a callar y dejar de reír, que deja aflorar a nuestra Mafalda interior, que deja aflorar al filósofo irónico que lo cuestiona todo.