Para ir cerrando con broche de oro este año, hablaremos de un personaje muy particular, Krampus.
Es costumbre llenar de luz, color y alegría los diciembres, es costumbre premiar los buenos actos con regalos prometidos. Pero no siempre es así, a veces hay castigo.
Muchos cuando éramos niños, escuchamos a nuestros padres decir que, si no nos portábamos bien, recibiríamos carbón. Según la mitología nórdica, no estaban lejos de la realidad.
El Krampus es la contraparte de San Nicolás: mientras el adorable hombre vestido de rojo se anuncia con cascabeles, trineo y regalos; el otro, un ser con colmillos y cuernos se anuncia con campanillas, una cadena y azotando una vara de abedul.
Esta especie de demonio/cabra tiene sus orígenes en las leyendas alemanas, cuya celebración es a principios de diciembre, y según la leyenda, su nombre proviene de la palabra ‘krampen’ (garra) y es hijo de la diosa Hel.
Aunque esta tradición fue prohibida en el siglo XII por la iglesia católica y durante la segunda guerra mundial su imagen fue censurada, esta leyenda supo permanecer en la memoria de los habitantes europeos para seguir manteniéndose en las festividades navideñas y seguir castigando a los niños que se portan mal llevándolos al averno.
Ese resurgir de esta imagen pagana ha repercutido en otras partes del mundo, tanto así, que se hizo una película en 2015 (“Krampus – Maldita Navidad”), donde castiga con furia a los no creyentes.
El Krampus no es la versión más retorcida de la navidad o no es poner por encima lo pagano sobre lo divino, de cierta manera, es buscar quien castigue a los malos, es enseñar a los infantes que toda acción tiene consecuencias.
Quizás este año desastroso no nos visite San Nicolás, quizás este año toque a nuestra puerta el no tan carismático Krampus.
¡Felices Fiestas!